jueves, 25 de febrero de 2021

El escudo mexicano en el Palacio de Bellas Artes

El águila que se posa en lo más alto del Palacio de Bellas Artes es la interpretación del escudo que identificó a México a lo largo de todo el siglo XIX, con sus alas extendidas. Su factura pertenece a un escultor y arquitecto húngaro llamado Geza Maroti, que logró cierto reconocimiento en Europa en el paso del siglo XIX al XX.

El escudo nacional mexicano en
 una reinterpretación artística del
 escultor húngaro Geza Maroti.
Foto: GGEM
Esta representación de la leyenda mexica del águila que devora una serpiente, moldeada en bronce, se aparta levemente del emblema nacional por razones artísticas.

Un punto de coincidencia está en las alas del ave nacional y su posición extendida, que fue característica del escudo decimonónico, tanto en los años republicanos, como en el primer Imperio Mexicano (1821-1823) y el segundo (1864-1867).

La diferencia más notable entre el escudo imperial y el escudo republicano fue la corona que ciñe la cabeza del águila en el periodo monárquico. Y como se puede apreciar en la foto, la que está en la cúpula del Palacio de Bellas Artes es del tipo republicano.

Vista parcial de la cúpula de
 Bellas Artes, con el cerro del
 Chiquihuite y la Sierra de
 Guadalupe, al fondo.
 Foto: GGEM

Inspirado originalmente en la corriente arquitectónica del Art Nouveau, que se concibió como un arte decorativo en todas sus estructuras y espacios, el Palacio de Bellas Artes posee varias manifestaciones artísticas de reinterpretación de los símbolos de la nación mexicana.

Además del escudo, puntualmente se puede encontrar a Tláloc y a Chaac, dioses mexica y maya de la lluvia, respectivamente, en un ambiente donde también es posible hallar figuras y cuerpos europeos que remiten a conceptos clásicos de la belleza.

El palacio y su plaza en 2015.
Foto: GGEM
Las piezas de Tláloc y Chaac que se encuentran en la escalinata interior son expresiones del Art Decó, con sus juegos geométricos de líneas rectas y círculos, en combinación con la atmósfera Art Nouveau y neoclásica, representada en el portal del palacio.

Para comprender cómo es que esta conjunción de estilos artísticos concurrió en este inmueble es necesario recordar que la construcción del palacio demoró tres décadas y fue originalmente diseñado como reemplazo del Teatro Nacional que estuvo al final de lo que hoy es la calle 5 de Mayo, que nace en el Zócalo, a la altura de la Catedral.

El Teatro Nacional a finales
del siglo XIX.
Foto: anónima
La construcción abarcó varias etapas desde 1904 -con miras a su inauguración durante los festejos del primer centenario del comienzo de la guerra de Independencia- hasta 1934, cuando se terminó plenamente y fue inaugurado con el nombre de Palacio de Bellas Artes, albergando además un museo especializado en artes plásticas. Todo esto tuvo como consecuencia que el edificio adquieriera un estilo ecléctico.


El escudo nacional y las figuras femeninas que representan el arte dramático -tragedia, comedia, drama y drama lírico- fueron parte del proyecto original de Adamo Boari, el arquitecto italiano a quien el entonces presidente Porfirio Díaz confió los trabajos de diseño y construcción, sobre los terrenos que por siglos había ocupado el convento de la orden católica de Santa Isabel, antiguo límite del islote donde fue fundada Tenochtitlan, el sitio donde los mexicas hallaron en el siglo XIV (1325) un águila devorando a una serpiente sobre un nopal.


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