El águila que se posa en lo más alto del Palacio de Bellas Artes es la interpretación del escudo que identificó a México a lo largo de todo el siglo XIX, con sus alas extendidas. Su factura pertenece a un escultor y arquitecto húngaro llamado Geza Maroti, que logró cierto reconocimiento en Europa en el paso del siglo XIX al XX.
El escudo nacional mexicano en una reinterpretación artística del escultor húngaro Geza Maroti. Foto: GGEM |
Un punto de coincidencia está en las alas del ave nacional y su posición extendida, que fue característica del escudo decimonónico, tanto en los años republicanos, como en el primer Imperio Mexicano (1821-1823) y el segundo (1864-1867).
La diferencia más notable entre el escudo imperial y el escudo republicano fue la corona que ciñe la cabeza del águila en el periodo monárquico. Y como se puede apreciar en la foto, la que está en la cúpula del Palacio de Bellas Artes es del tipo republicano.
Vista parcial de la cúpula de Bellas Artes, con el cerro del Chiquihuite y la Sierra de Guadalupe, al fondo. Foto: GGEM |
Inspirado originalmente en la corriente arquitectónica del Art Nouveau, que se concibió como un arte decorativo en todas sus estructuras y espacios, el Palacio de Bellas Artes posee varias manifestaciones artísticas de reinterpretación de los símbolos de la nación mexicana.
Además del escudo, puntualmente se puede encontrar a Tláloc y a Chaac, dioses mexica y maya de la lluvia, respectivamente, en un ambiente donde también es posible hallar figuras y cuerpos europeos que remiten a conceptos clásicos de la belleza.
El palacio y su plaza en 2015. Foto: GGEM |
Para comprender cómo es que esta conjunción de estilos artísticos concurrió en este inmueble es necesario recordar que la construcción del palacio demoró tres décadas y fue originalmente diseñado como reemplazo del Teatro Nacional que estuvo al final de lo que hoy es la calle 5 de Mayo, que nace en el Zócalo, a la altura de la Catedral.
El Teatro Nacional a finales del siglo XIX. Foto: anónima |
El escudo nacional y las figuras
femeninas que representan el arte dramático -tragedia, comedia,
drama y drama lírico- fueron parte del proyecto original de Adamo
Boari, el arquitecto italiano a quien el entonces presidente Porfirio
Díaz confió los trabajos de diseño y construcción, sobre los
terrenos que por siglos había ocupado el convento de la orden
católica de Santa Isabel, antiguo límite del islote donde fue
fundada Tenochtitlan, el sitio donde los mexicas hallaron en el siglo
XIV (1325) un águila devorando a una serpiente sobre un nopal.